domingo, 12 de abril de 2020

NOSOTROS

Una sociedad asentada sobre las buenas costumbres sería aquella en que los ciudadanos fueran transportados suavemente, por el placer del hábito general y  por las inclinaciones del corazón bien educado, hacia la virtud cívica, sin amenaza de ley represora. Si hubiera ciudadanos que aportasen un ejemplo positivo y éste se generalizara,  produciría en la colectividad un fecundo efecto.

Yo creo que el secreto de la vida reside en hallar la llave de la individualidad en el proceso de socialización. Una sociedad bien ordenada estará constituída por individuos que han resuelto este proceso de una manera satisfactoria, lo que también condiciona el contenido de la ejemplaridad, pues todo ejemplo es público.

Me pregunto: ¿la madurez ciudadana implica una renuncia de lo óptimo? Actualmente, el exceso de lucidez desmitficadora, la suspicacia generalizada, el cinismo ambiental, el petimetre que ya está de vuelta de todo antes de haber ido a ningún sitio, cierran las puertas al ideal que necesitamos, pero si conservamos nuestra capacidad de entusiasmo para elevarnos hacia él nos "atreveremos a pensar y a sentir".

Una sociedad sin un ideal está llamada a envejecer, a repetirse, a ser acrítica con el presente porque no tiene una posición desde la que criticar y está condenada a no progresar. Lo bueno es quedarse con lo mejor de la tradición, sin estancarse en ella. La sociedad narcisista, individualista y consumista es "vulgar", sí, pero también en verdad que vivimos en el mejor momento de la historia universal; hay que respetar la vulgaridad pues, aunque no sea demasiado hermosa, es hija de la libertad y la igualdad.

El concepto orteguiano de "masa" para definir a seres gregarios y no a la minoría selecta que considera a los demás indóciles porque no les obedecen con la puntualidad que ellos esperan, hiere profundamente nuestra sensibilidad. No existen masas, sino muchos ciudadanos que se agrupan siendo cada uno responsable y capaz de dar un buen ejemplo. La única raya que puede separarlos está en el corazón de todos: cada uno puede optar por acciones ejemplares o vulgares. No hay seres cualitativamente distintos, todos son iguales y responsables con opciones de mayor o menor excelencia moral.

El elitismo caduco y polvoriento me lleva a pedir un respeto por la vulgaridad ya que en ella subyace una profunda y original verdad, bondad y belleza, nunca antes conocida hasta ahora y que "los exquisitos" no entienden. La vulgaridad es un punto de arranque, no un punto de llegada. 

Todos aspiramos a una convivencia bien ordenada, un corazón bien educado y con buen gusto, pues una democracia sin mores (costumbres) no puede existir. Las costumbres son un invento para remediar nuestra finitud, ya que si no existieran tendríamos que inventar un mundo cada mañana, como Adán en el paraíso. Al existir, confiamos el 90% de nuestros asuntos a ellas, a las buenas costumbres, lo que nos permite concentrar nuestra energía y creatividad en lo realmente importante.

Vivimos, convivimos, en libertad unos con otros y el "nosotros" adquiere, en este momento histórico que atravesamos, una importancia capital. Confío plenamente en el ser humano y en que seremos capaces de dar la talla.


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