El caballero cristiano tiene carácter de paladín pues siglos de Reconquista le han impregnado de religiosidad, así como del convencimiento de que la vida es lucha para imponer a la realidad circundante una forma buena que, por sí misma, no tendría. No sólo es un propugnador del bien sino la forma directa de procurarlo. La grandeza es el sentimiento de su propia valía, ya que él da más importancia a lo que es que a lo que posee; la mezquindad es todo lo contrario. Y es este desprecio hacia las cosas materiales lo que, en la historia de la Hispanidad, se ha traducido en una pobre visión de lo económico, pues las riquezas obtenidas en América no se utilizaron en desarrollar el capitalismo, sino en financiar la empresa imperial. El caballero cristiano es la antítesis del burgués calculador...
La alta conciencia de sí mismo lleva al caballero cristinao a ser valiente y arrojado, con el valor que procede de la adhesión a una idea, a una convicción, a una causa y no de la inconsciencia. La combinación de confianza en sí mismo, grandeza y arrojo se traducen en altivez. Él toma sus decisiones obedeciendo a los dictados de su voz interior y no al cálculo de las posiblidades de éxito.
El caballero cristiano tiene una fuerte personalidad y siempre antepone las relaciones reales a las formales y difícilmente obedecerá a quien no tenga madera de jefe, aunque tenga legitimidad legal. El honor es el reconocimiento, en forma exterior y visible de su valía individual interna e invisible. Como dice Calderón de la Barca: "El honor es patrimonio del alma y el alma es sólo de Dios".
Para el caballero cristiano la vida es la preparación de la muerte, que iguala a todos los hombres más allá de la convecciones sociales. "Nuestras vidas son ríos que van a dar en el mar, que es el morir. Allá van los señoríos prestos a se acabar de consumir" (Jorge Manrique).
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