domingo, 26 de abril de 2020

LOS PRIMORES DE LO VULGAR


Azorín escribió Castilla en 1912, un breve ensayo-cuento periodístico en el que medita sobre el paisaje en busca de la expresión del espíritu nacional durante catorce capítulos breves con gran variedad temática, aunque en el prólogo afirma que la intención de la obra es "aprisionar una partícula del espíritu de Castilla", debido a la cual el libro tiene cierta coherencia y unidad.

El verdadero protagonista es el tiempo, pues según dice el autor "del pasado dichoso sólo podemos conservar el recuerdo; es decir, la fragancia del vaso". Perpetúa lo momentáneo, anula el movimiento en el que se desgasta la vida, lo petrifica estéticamente. Según Ortega y Gasset, el arte de Azorín consiste en suspender el movimiento de las cosas haciendo que la postura en que las sorprende se perpetúe indefinidamente como un perenne eco sentimental. De ese modo, lo pasado no pasa totalmente, de ese modo se desvirtúa el poder corruptor del tiempo. Se trata, pues, de un artificio análogo a la pintura.

Azorín busca permanencia en los pequeños hechos de la vida cotidiana, posa sus ojos en los pequeños detalles, y es esta predilección por el arte miniaturista lo que Ortega llama "primores de lo vulgar". Los objetos toman vida propia, poseen un enorme poder para sugerir estados de ánimo, son capaces de producir emociones diferentes y de suscitar todo tipo de sentimientos. Pero las cosas que él describe no pertenecen a una realidad concreta, ni son captadas por los sentidos; esos pueblos, ciudades, paisajes de España, son imágenes encontradas en otros textos escritos. De ahí que Azorín pasa, de pintar cosas, a pintar su idea de las cosas.

Son esos paisajes castellanos, las viejas ciudades y pueblos castellanos, con sus callejas estrechas, sus caserones vetustos y sus ancianas vestidas de negro, los que parecen invitar a Azorín a meditar sobre el tiempo y la eternidad; a través de ellos intenta aprehender las raíces últimas de la raza, las tradiciones milenarias, las huellas del pasado.

Pero, frente a Castilla, frente al paisaje y los pueblos castellanos, encontramos la angustia y el sentido crítico. No todo es belleza, bondad, en la vida tradicional del campo, de los pueblos españoles. Hay también atraso, miseria, dolor, ignorancia, merecedores de queja y de condena. Los personajes que encarnan para Azorín la Castilla en decadencia son el hidalgo (que encubre su pobreza con el honor), el pícaro, el galeote y el mendigo. El labriego, el hombre sentado en su balcón, el estudiante de la Universidad de Salamanca... todos los personajes que aparecen en "Castilla" simbolizan el escepticismo desolado de los miembros de su generación, la del 98.

"La existencia ¿qué es sino un juego de nubes? Diríase que las nubes son ideas que el viento ha condensado; ellas se nos presentan como un traslado del insondable porvenir. Vivir - escribe el poeta - es ver pasar. Sí; vivir es ver pasar; ver pasar allá en lo alto las nubes. Mejor diríamos; vivir es ver volver. Es ver volver todo - angustias, alegrías, esperanzas - como esas nubes que son siempre distintas y siempre las mismas, como esas nubes fugaces e inmutables.
Las nubes son la imagen del tiempo. ¿Habrá sensación más trágica que aquella de quien sienta el tiempo, la de quien vea ya en el presente el pasado y en el pasado el porvenir?". (Castilla, de Azorín). 

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