lunes, 20 de abril de 2020

ROMEO Y JULIETA


Una tarde de 1592, William Shakespeare representaba el papel principal; el día estaba triste y el público, bajo el formato de carniceros, comerciantes, zapateros y gente de toda condición bebía cerveza, comía nueces, fumaba sin parar y alborotaba en la planities esperando que empezara la obra. Los elegantes iban apareciendo en el escenario y se tendían sobre los juncos que en él había, mientras se gastaban bromas... En seguida se hizó la bandera y comenzó la representación: "Romeo y Julieta". El autor y protagonista de la obra aparecía en escena y - entre los múltiples comentarios - se podía oír: no es necesario ir a Mediodía para comprender lo que son las noches italianas... De repente, todo el público sintió llegar a su alma el poder del genio, pues el rayo más potente de la inspiración había dictado aquellos versos que pronunciaba Shakespeare.

El conde de Southampton, su mecenas y protector, dijo después de la función: "no se conquista el mundo sólo con las armas, desde hoy Inglaterra será una potencia literaria de primer orden. Hemos visto nacer un genio", a lo que Shakespeare respondió: "yo no he hecho nada, el sol da con sus rayos la vida al mundo entero, pero no lo sabe. Si llegase a saberlo quizá reventase de orgullo y de esa forma dejaría al universo sumido en las tinieblas".

Cuando el joven William se presentó ante el famoso Ricardo Burbage, con la pretensión de ser actor, el veterano cómico reconoció que podría llegar a ser un buen intérprete, pues tenía buena presencia, hermosa y potente voz, ademanes distinguidos y otras cualidades que lo favorecerían.

La obra es estrenó en el primer teatro de Londres, The Theatre, situado en Shoreditch (al norte de Londres) y construído en 1576. En aquellas fechas había unos ciento sesenta mil habitantes en la ciudad y nueve teatros. The Blakcfriars acogía a tres mil espectadores y al sur, junto al Támesis, la compañía de teatro llamada Los Hombres de Lord Chamberlain (de la que formaba parte Shakespeare) construyó The Globe.

Cuando William Shakespeare llegó a Londres se encontró con una urbe febril que vivía los últimos coletazos de la ejecución de María Estuardo y que rebosaba de alegría por la derrota de la Armada Invencible de Felipe II. Instalados muchos comerciantes flamencos y otros europeos, su población extranjera se duplicó, mientras Europa agonizaba con las Guerras de Religión.

Los ingleses amaban la vida, pues amplias clases más libres que nunca de la pobreza, sentían el surgimiento del espíritu y lo expresaban. Todavía no estaban encadenados al servicio de las máquinas, eran artífices y creadores y no habían caído en el puritanismo. El Renacimiento llegó al pueblo y el nacionalismo económico otorgaba mayor libertad al individuo. Gracias a la imprenta y a la lectura de la Biblia, el pueblo inglés empezó a leer como en ningún otro lugar del mundo, convirtiéndose la lectura - junto al tabaco - en el vicio nacional. No es extraño, por tanto, que también se encandilaran con el teatro.

William, con viva imaginación, el don de deleitar y un gran talento, empezó su trabajo como dramaturgo transpuntando obras, haciendo papeles cortos como actor, arreglando tragedias clásicas. Se llegó a convertir en un creador de palabras, pues se encontró con un idioma libre en el que podía inventar y crear, sirviéndose tanto del lenguaje del pueblo (que ya había asimilado los dialectos germánico-escandinavos o el franco-normando de los invasores del siglo XI), como del cultivado de los círculos más selectos. Todo ello envuelto en su genio absoluto con una destreza inigualable.


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