jueves, 23 de abril de 2020

SHAKESPEARE Y CERVANTES

Cervantes era escritor y Shakespeare dramaturgo, poeta y actor, pero ambos escribían con espíritu, la lanza que sometía a la descortesía, a la desconsideración, a la falta de apertura de mente, al desconocimiento del mundo y de las cosas, a la carencia de razonamiento y sensibilidad, al vacío existencial... Y es que las palabras forman el lenguaje y a medida que lo iban dominando comprendían más y mejor lo que les rodeaba. Debido a sus amplias lecturas su capacidad de reflexión era más profunda y por eso ambos pudieron elegir y ordenar su propio orden de vida, estructurar su personalidad, establecer sus prioridades y ver con perspectiva la sociedad en la que estaban inmersos (el Siglo de Oro español y el tardío Reancimiento inglés). Casualmente fallecieron el mismo año (1616), aunque no está tan claro que fuera el mismo día y mes (23 de abril), como se viene diciendo.

Coincidían en que el sentido de la moral es el sentido de lo bueno, algo que que es natural en el ser humano. En él se dan tendencias naturales a la simpatía y a la colaboración social y de este instinto social emerge el sentido moral, que permite la inmediata distinción entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto y, por tanto, la valoración de la ética, la cual se basa en sentido del orden, de la armonía y del equilibrio.

La alegría - para ellos - era un deber moral, un paradigma de la virtud cívica y una vía de conocimiento. La alegre inteligencia es, frente al mal humor, la forma más prodigiosa de iluminar la verdad de las cosas. Ningún deber es tan fácil, por eso es preciso irla construyendo de forma suave y constante como una rebelión contra la inevitable tragedia. No se puede despreciar el pensamiento alegre, pues es la rama más luminosa del conocimiento y, además, las formas alegres de pensar y de actuar no son propias de los que claudican, sino de los que luchan y "la gente buena siempre ha sido alegre".

El 7 de octubre de 1926, para conmemorar el nacimiento de Cervantes, se celebró por primera vez El Día del Libro. La idea partió de un escritor y editor valenciano (Vicente Clavel), que afincado en Barcelona propuso a la Cámara Ofiicial de dicha ciudad su iniciativa. El gobierno lo aceptó y el rey, don Alfonso XIII, firmó el Real Decreto que instituía La Fiesta del Libro Española. En 1930, la fecha se trasladó al 23 de abril, aniversario de la muerte de Cervantes, y en 1995 la UNESCO instituyó ese día como El Día Mundial del Libro, fiesta que se celebra en más de ochenta países del mundo, aunque Gran Bretaña e Irlanda lo llevan a cabo el 14 de marzo.

Ya estamos en primavera, época del despertar, del reanacer. Me encanta contemplar al árbol que da frutos, al agua que brota pura y cristalina de la fuente, a las flores por sus colores y perfumes... pero lo que más me apasiona es ver a los seres humanos (vivos o ausentes) que tienen o tuvieron el coraje de aportar algo claro, luminoso, perfumado, melodioso. Eso es para mí el verdadero motivo de celebrar un día como hoy.




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